domingo, 28 de febrero de 2010

Toni


Se la distingue por ser una de las actrices más queridas de nuestro tiempo.
Además, Toni Collette es bandera de esa imparable invasión australiana de talento y belleza, que viene asaltando pantallas y famas desde hace casi dos décadas.


Ella sonríe y nunca falla.


Por un lado, su cálida personalidad han permitido que conquiste al público. Por otro, su físico inclasificable la han hecho ideal para la versatilidad.


Toni es adicta al reto y no se le escapa un personaje, del porte, la talla, la edad o el color de pelo que sea.


Su más famosa interpretación se debió a un aumento de peso.
Para ser Muriel, la chica obsesionada con las bodas y la música de ABBA, Toni engordó dieciocho kilos.


El resultado fue un personaje memorable, retrato bigger-than-life de la angustia teenager.
Además, en esa película decisiva, coincidiría con otra amiga nuestra de las Antípodas llamada Rachel Griffiths.


El esplendor que la joven Toni otorgó a "La Boda de Muriel" la colocó en todas las agendas.
La Academia olvidó nominarla ese año, pero las puertas de la Meca del Cine estaban bien abiertas.
La Collette no desaprovechó la oportunidad.


Su primera, y hasta ahora única, nominación fue cortesía de "El Sexto Sentido", donde interpretó a la madre de Haley Joel Osment.


Pero nuestra interpretación favorita de Toni de esa época es, sin duda, "Velvet Goldmine", la glam opera de Todd Haynes, donde fue la mujer de Jonathan Rhys Meyers.


Incorporó a un personaje a medio camino entre Angela Bowie y Liza Minnelli; es decir, una muñeca de los setenta reciclada en patética has-been.


La Collette no sólo se llevó el aplauso, sino un comentado y muy envidiado romance con Jonathan.


Inquietante en "Las Horas", entrañable en "Pequeña Miss Sunshine", todos quieren a Toni y ya es la segunda actriz australiana de Hollywood más conocida y mejor pagada después de Nicole Kidman.


La televisión la ha buscado y la ha encontrado.
Y Toni se ha dejado seducir, especialmente cuando el proyecto era resultado de la conjunción entre Steven Spielberg y la guionista Diablo Cody, responsable del éxito indie "Juno".


La serie se llama "United States of Tara", y ha sido definida como una "sitcom Sybil"; es decir, una mirada simpática a las vivencias de una mujer con múltiple personalidad.


Así, Tara puede convertirse en una mujer desesperada, un camionero white trash, una adolescente en pleno alboroto hormonal o un extraño ser con ganas de hacer pis.


Evidentemente, la Collette, siempre camaleónica, era la más adecuada para ese papel.
Y el Emmy y el Globo de Oro a la mejor actriz televisiva del año han sido las esperadas recompensas.
Ahora, a finales de marzo, vuelve a la carga con la segunda temporada de "United States of Tara".


Y siempre encuentra momento para reencontrarse con viejas amigas y paisanas.


Eres buena, Toni.

sábado, 27 de febrero de 2010

"Queer As Folk" (UK)


En 1999, la televisión británica presentaba una serie que lucía pionera y venía decidida a romper moldes.
El motivo residía, sin duda, en su intención de contar la homosexualidad de la manera más desacomplejada posible.


En la vena de "Beautiful Thing" y los relatos de Hanif Kureishi, "Queer As Folk" presenta la vivencia gay en contraposición con el patético ambiente de la working class inglesa.
Así, el tono se mueve entre lo agridulce y lo suavemente combativo, mientras la novedad reside en la explicitud.


Infinitamente más equilibrada, precisa y simpática que su popular remake norteamericano, este "Queer As Folk" supone, sin duda, una joya a redescubrir.


Tres personajes centran la atención.
Stuart Alan Jones es el sátiro promiscuo, revientacamas triunfador, sin intenciones de abrazar ni compromisos ni dependencias emocionales.


Su mejor amigo se llama Vince Tyler, mozo de supermercado, menos ligón, pero más adorable.


Y la más infamous conquista de Stuart responde al nombre de Nathan Maloney, atolondrado adolescente, definido como "el rollo de una noche que nunca se fue".


En el primer capítulo, Stuart se convierte inadvertidamente en el primer amante de Nathan. Éste sólo tiene quince años y se obsesiona con el campeón de las sábanas que acaba de conocer.


En ese instante, parece que el reloj empieza a marcarse para Stuart. Durante la misma noche, nace su hijo, compartido con una pareja de amigas lesbianas.
Y, también y sin pretenderlo, Stuart ha pasado su testigo de gentlemen's man al jovencísimo Nathan.


En el otro vértice de este queer triangle, se encuentra Vince, que nunca ha dormido con Stuart, pero jamás ha podido separarse de él.


Su férreo bromance, mediatizado por un eterno amor no correspondido y una virulenta tensión sexual irresuelta, vertebra la complicada y apasionante amistad entre Vince y Stuart.


El diferente éxito en conquistas sexuales y laborales de estos dos amigos se opone curiosamente con su situación familiar.
Vince es abiertamente gay para sus parientes. Su madre, desprejuiciada y mariliendresca, llega a convertirse en la observante y tuteladora de su relación con Stuart.


Por contra, Stuart Alan jamás ha contado a sus padres que es homosexual y ni siquiera les ha comunicado el nacimiento de su hijo.


El inolvidable momento de su aplazado outing familiar es, sin duda, la mejor secuencia de la serie.


Los grandes temas alrededor de los gays hacen acto de presencia.
Así, aparecen la relación entre amor y sexo, la vida nocturna, la visibilidad en centros escolares y laborales, los choques generacionales y clasistas sobre la cuestión, la necesidad de escapar de los tópicos y la concurrencia continua en éstos.


"Queer As Folk" lo ilustra todo, con intención fantasiosa y resultado deliciosamente melodramático, coronado con un exquisito sentido del humor y una sensible composición de personajes.


Conformada por ocho capítulos y una secuela, en forma de Tv-movie especial, el éxito de esta serie, con controversia incluida, llamó la atención de la televisión norteamericana.
Así, la cadena Showtime lanzó la versión USA, de semejante argumento, pero reconvertida en una soap opera de mayor duración.


La fama del "Queer As Folk" norteamericano, una serie mal escrita, pésimamente interpretada, falsamente glamourosa, dudosamente erótica y probadamente chabacana, ha ensombrecido sin justicia a su magnífico modelo.


Y los chicos de esta primera versión, Aidan Gillen, Craig Kelly y Charlie Hunnam, nos gustan muchísimo más que sus sucesores.
En todos los sentidos.

viernes, 26 de febrero de 2010

Posmodernos y Poschorras


Llamamos posmodernos a la casi integridad de los productos audiovisuales que se hacen ahora.
En líneas generales, lo posmoderno viene a etiquetar la derivación.
La imposibilidad de ser original conduce a la repetición, a la copia, al homenaje/plagio y a la revisitación.


Así, este modelo supondría el tercero en discordia dentro de un esquema normativo: cine clásico, cine moderno y cine posmoderno.
Por citar tres películas claramente posmodernas, ahí están "La Naranja Mecánica", de Stanley Kubrick, "Moulin Rouge", de Baz Luhrmann o "Mullholland Dr.", de David Lynch.


Los cineastas actuales revisitan y toman prestado.
El apogeo de la imitación ha sido, sin duda, Brian de Palma, que calca los clímax hitchcockianos y los introduce en una nueva escenografía.


Normalmente, estos señores han sido cinéfilos antes que cineastas, y se nota su devoción hacia elementos dramáticos, clichés hollywoodienses y sensaciones fílmicas previamente vistas.


Almódovar es posmoderno hasta decir basta.
Tarantino también lo es, y su última película, "Malditos Bastardos" es una obra maestra de la posmodernidad.


No sólo retunea el cine, sino también la Historia y las expectativas del espectador en torno a lo que ya le han contado quince mil veces.


Se suele decir que el posmodernismo es una victoria del estilo sobre la sustancia. Pero eso no es cierto.


Las mejores obras de la posmodernidad no sólo seducen por el carisma de sus imágenes o por sus audacias narrativas, sino también por su carga dramática.
Quizá no tengan los guiones de hierro del cine clásico, ni la profundidad introspectiva del cine moderno.
Pero los personajes, las grandes historias de amor y los buenos diálogos jamás han pasado de moda.


Un buen ejemplo sería "El Castillo Ambulante", de Hayao Miyazaki, donde la acción se detiene en un instante y aparece un paisaje bellísimo ante los ojos de la protagonista, acompañado por una música sobrecogedora.


El "síndrome de Stendhal" que produce la imagen no sólo se debe al impecable envoltorio, sino a que lo miramos a través de los ojos de Sophie, un personaje inolvidable.


Algo parecido sucede en el momento de la muerte de Godric dentro de la muy posmoderna serie "True Blood".


Por tanto, habría que distinguir. Una cosa es la posmodernidad, que es benigna, y otra, la poschorrada, que definimos hoy en este artículo.
Hollywood no tiene ideas, pero eso no es ninguna novedad: jamás las ha tenido.
Lo nuevo es que se ha vuelto increíblemente vago.


Sus carteleras están trufadas de películas desesperadamente vacías, donde sus protagonistas deambulan sin discurso por imágenes sin estilo.
Es un cine sin hondura, que seduce por elemental y convence por inofensivo.


James Cameron, artífice de buenos espectáculos posmodernos como "Terminator", ha elaborado una película poschorra.
No me voy a meter ni con el hipócrita discurso de "Avatar", ni siquiera con su guión; en cualquier caso y en comparación, "Titanic" parece una novela de Scott Fitzgerald.


La emprendo con su falta de gusto, con su estética verdiviolácea, propia de una rave en el monte, y con su infinita holgazanería para contar bien lo que ya nos han contado.


El 3-D ha sido la estrategia perfecta para envolver al espectador, ya que "Avatar" no tiene nada bueno ni válido ni emocionante que ofrecer.
Pero a mí no me ha envuelto ni con gafas de colorines. A mí que me devuelva el dinero.