lunes, 31 de enero de 2011

Queridos Bodrios del Razzie


Entre el temor y la risa malvada, Hollywood lee cada año el veredicto de los premios Razzie.
Desde 1980, designan lo peor de cada casa; los más tremendos pestiños que se han estrenado en cines, las interpretaciones más risibles y las más pésimas excusas para producir una película.


Los Golden Raspberry Awards son una broma y se concibieron como tal.
Sin embargo, no hay nadie en la Meca del Cine que quiera verse citado en estos galardones del descrédito y la deshonra.
Porque una película queda decididamente señalada cuando arrasa en el inigualable certamen anual.
Así reza su lema: "Los Razzies, incinerando pecados cinematográficos desde hace 30 años".


Su nombre alude a la expresión blow a raspberry, que significaría "hacer una pedorreta".
Están dirigidos por su creador, el publicista John J.B. Wilson.


Este señor solía organizar fiestas en la víspera de los Oscars, donde invitaba a sus amigos y hacía sus propias menciones sobre lo mejor del año.
En 1980, Wilson salía espantado del cine, tras soportar una sesión doble de "Can't Stop the Music" y "Xanadú".
Decidió que, ese año, no nombraría a lo mejor en su fiesta, sino a lo peor.


Así, frente a sus invitados, proclamó a "Can't Stop the Music" como la primera película merecedora del Golden Raspberry Award.
A partir de entonces, la asistencia a la fiesta de Wilson se dobló cada año. Ya en la cuarta ceremonia, recibía una cobertura informativa general.
Ahora los Razzies son tradición anual y cachondeo seguro.


El nacimiento de los premios de lo peorcito coincidía con una drástica disminución de calidad en las superproducciones hollywoodienses, dentro de una tendencia que sólo se aceleraría con el tiempo.


Siempre hubo cine malo, pero nunca tan terriblemente amorfo y descuidado como el que irrumpía a principios de la década de los ochenta.


La entrada en Hollywood de capitales ajenos al mundo del cine y la infantilización de los formatos podría explicar la decadencia artística de las majors, especialmente cuando abordaba géneros como el musical, el melodrama biográfico o la aventura exótica.


Los dardos de los Razzies han apostado por premiar tanto lo histriónico como lo inexpresivo. Cualquier interpretación o película excesiva, timorata o simplemente ridícula pasa por su interés.


Pero encontrar lo realmente peor es tarea tan difícil como premiar lo verdaderamente mejor.
La designación de los bodrios más notables del año no está tanto mediada por lo más malo, como por lo más caradura, lo más hilarante y lo más decepcionante que se ha visto en cines.


Los Razzies son especialmente crueles con los grandes nombres en sus momentos más bajos, y tienen todo un arsenal de favoritos que se renuevan con el tiempo.
Entre sus actrices predilectas, han estado Bo Derek, Faye Dunaway, Demi Moore, Pia Zadora y, muy especialmente, Madonna y Sharon Stone. A éstas dos últimas las han nominado prácticamente por todas sus películas.


Los Razzies presentan las clásicas categorías de dirección, guión e interpretación, a las que se han ido añadiendo otras, como Peor Pareja, Peor Casting o Peor Secuela, Remake o Plagio.


A veces, irrumpen otras, en función del cachondeo de turno, como Mayor Abuso de Flatulencias en una Película Adolescente o Peor Desprecio Temerario por la Vida Humana y la Propiedad Pública.
Este año, como no podía ser de otra manera, presentan el Peor Uso del 3-D.


En sus ganas de risa, suelen jugar con los títulos y hasta con los argumentos de las películas que nombran.
Así, Sean Young interpretó a dos gemelas en "Bésame Antes de Morir". Ese año, merecía el Razzie como peor actriz como "la hermana que sobrevive", y como peor actriz de reparto como "la hermana que muere".
"Instinto Básico 2", peor película de su año, fue renombrada como "Basically It Stinks, Too" (Básicamente, También Apesta).


Muy pocos han tenido el sentido del humor suficiente para aceptar el Razzie.


Entre los más notables, Paul Verhoeven, Halle Berry y Sandra Bullock acudieron de buena gana a la ceremonia y se rieron de su condición de matados de la temporada.


Este año, los Razzies han señalado a sus nuevos predilectos: M. Night Shyamalan, Sarah Jessica Parker y la saga "Crepúsculo".
Es decir, "The Last Airbender", "Sex and The City 2" y "Eclipse" han sido los títulos más nominados de estos Razzies 2011.


La llave del asunto podría encontrarse en el discurso que ofreció el guionista Brian Helgeland en 1998.
Helgeland acudió a recoger su premio al peor guión por "The Postman" durante el mismo fin de semana que recibiría el Oscar por escribir "L.A. Confidential".


En su discurso de aceptación, habló de esa naturaleza quijotesca de Hollywood, donde cualquiera es capaz de dar lo mejor y ofrecer lo peor, al mismo tiempo.
Y sostuvo que, en estas cosas del cine, siempre es más recomendable atraerse infamia que provocar indiferencia.

viernes, 28 de enero de 2011

Dear Mr. Facebook


Querido Mark Zuckerberg:

La cosa más insólita me sucedió ayer. Un mensaje de error apareció cuando quise entrar en el Facebook, a eso de las cinco de la tarde.
Supuse que, tal y como rezaba el aviso, era un fallo momentáneo. Pero, minutos más tarde, seguía sin poder conectarme a su magnánima network.
Me sentí tan solo, que, para aliviarme, decidí pensar que era un apagón general.


Busqué la noticia en los periódicos digitales, esperé que alguien comentara en el blog sobre el asunto, miré el correo de Gmail e incluso recuperé el otrora rey Messenger. El silencio como respuesta.
Después de dos horas más largas que dos desiertos, el Facebook volvió a estar disponible para mí, como si no hubiera pasado nada.
Las endorfinas rebrotaban generosas para tranquilizar mi espíritu.


Este episodio ocurría justo un día después de que leyera una preocupante noticia: pasar más de tres horas diarias conectado a Internet puede considerarse una adicción tan psiquiatrizable como la ludopatía.


Usted podría reírse ante esa noticia. Sabe bien que gran parte de su éxito se debe a que sus usuarios están TODO el día conectados.
En ello se basa el poder de Internet y sus páginas más famosas: la conexión perpetua, la atención total.


Durante el año pasado, Facebook se ha convertido en una herramienta similar al papel higiénico, el teléfono móvil o el cortauñas; en teoría, es prescindible, pero la vida cotidiana sería demasiado incómoda sin ella.


Pero Facebook ha cambiado poco.
Cuando ha introducido modificaciones en su apariencia o aplicaciones, se ha puesto el grito en el Cielo. En realidad, porque no traía ninguna mejora real y porque contravenía esa necesidad conservadora que siempre ha caracterizado a todo consumidor.
El golpe más ambicioso fue cambiar el "hacerse fan" por el "gustar". La conversión tenía su razón de ser; a una persona pueden encantarle muchas cosas, pero, en realidad, mata por muy pocas.


¿Somos fans del Facebook? ¿O simplemente nos gusta? Estoy seguro de que esa es la misma pregunta que se hace usted, Sr. Zuckerberg.
Con esa cuita, se decidirá a sacar, por primera vez, el invento facebookero al mercado bursátil durante este año. Será la prueba de fuego.


Como buena pieza de caballero posmoderno, usted ha pasado de ser un espectador de pantallas a ser el protagonista de una biografía no autorizada.
"The Social Network" nos cuenta la revolución integral que supone Internet, donde sólo basta una buena plataforma logística para convertir una idea básica en una empresa multimillonaria.


Aaron Sorkin, uno de los guionistas más importantes de la actualidad, ha narrado su historia al estilo de una fascinante saga de puñaladas traperas y arribismos sociales.
Usted ha quedado ilustrado como el gran beneficiado económico y la mayor víctima moral de su propio invento. Como los empresarios más decisivos de la Historia, en definitiva.


En un tiempo donde todos deberíamos estar enfadados y ser terribles, usted se ha detenido a medio camino.
Por un lado, el acceso a Facebook sigue siendo gratis y su meteórica ascensión ha dado el suficiente miedo a las corporaciones de toda la vida. Eso despierta entre nosotros una inevitable simpatía.
Por otro, la red social se ha revelado como una versión advanced de las estrategias básicas de la publicidad y el marketing.


No importa la apariencia con la que se presente, ni qué peajes se dejen de abonar.
Las grandes corporaciones siempre han vendido estilo de vida. Y el Facebook, aunque sea gratis, ya es parte de ese estilo de vida.


En dos años conectados, tal vez yo me haya ganado un billete al psiquiatra por mi severa adicción a su red social.
En cambio, usted se ha merecido la película favorita de los próximos Oscars, los multimillones que no tiene el mundo y, como contrapartida, la incertidumbre de los tiempos más malditos.


Salud.

miércoles, 26 de enero de 2011

La Sombra de Anastasia


Entretuvo las intrigas de gran parte del siglo XX.
La historia quitaba el sueño a monárquicos y románticos, que se preguntaban, con el corazón en un puño, si Anastasia Nicolaevna podía estar viva.


El mito de la supervivencia de la hija del zar Nicolás II vivía en la imaginación, mientras Rusia se convertía en la Unión Soviética y se hacía hermética frente al resto del mundo.
La localización de la tumba del zar y su familia se decía secreto de Estado, bajo mandato bolchevique, y lo sucedido durante la ejecución quedó como un interrogante.


Dos años después de la victoria bolchevique, aparecía la más famosa de las impostoras. No fue la única, pero sí la que logró granjearse más atención internacional.
Se la llamaba Anna Anderson y era trasladada a un psiquiátrico berlinés, tras intentar suicidarse. No quería revelar su auténtica identidad.
Al poco tiempo, contaba a todos que era la Gran Duquesa Anastasia, la única superviviente de la matanza de los Romanov.


Los exiliados restos de la familia imperial y sus conocidos rechazaron de lleno la historia de Anna, a la que señalaron enseguida como un fraude.
La investigación privada que iniciara el hermano de la zarina evidenciaba la impostura.
Anna Anderson era, en realidad, Franziska Schanzkowska, una mujer polaca que, en otros tiempos, trabajaba en una fábrica y ya presentaba problemas mentales.


Sin embargo, muchos apoyaron la versión de Anna.
Se cernía una duda razonable. Especialmente, cuando se filtraba lo que había sucedido realmente durante el fusilamiento de Nicolás II y su familia; una masacre tan horrenda como chapucera, que pudo permitir la huida de Anastasia.
Anna Anderson lo sazonó melodramáticamente, asegurando que un compasivo guardia la dejó escapar.
Además, iniciaba una reclamación judicial, que duraría más de cuarenta años.


Anna Anderson se hacía lo más parecido a una celebridad oportunista, tal cual la entendemos ahora. Con una actitud mitómana, inventaba una historia que partía de media verdad, y, con ello, sembraba una incógnita indemostrable.
En 1970, la justicia declaraba que Anna no era la Gran Duquesa Anastasia Nicolaevna, alegando que había sido incapaz de presentar las pruebas suficientes.


El interrogante siempre restó. Pensar que Anastasia estaba viva era rememorar un pasado perdido, sobre todo para los nostálgicos de viejos mundos.
Las ficciones al respecto no se hicieron esperar.


La más conocida fue cosa de Hollywood e, irónicamente, también rescataba a una mujer y la devolvía al trono.
En ese caso, Ingrid Bergman, que ganaba el Oscar y el billete de vuelta al cine norteamericano, con su interpretación de la tosiente y principesca amnésica.
Esta "Anastasia" de 1956 ha sido vista durante mucho tiempo como la verdad del caso por muchos espectadores sugestionables.


Es pura ficción, de principio a fin, pero su poder de convicción expresa la ventaja y el descrédito del cine: es muy fácil hacer creer que Anna Anderson era una heroína.


En los ochenta, el ADN y el descubrimiento de los restos de toda la familia imperial despejó las dudas. Efectivamente, Anna Anderson era una polaca desequilibrada y Anastasia había muerto en 1918.


Pero, ¿de dónde partía el mito Anastasia? ¿Qué sucedió durante la ejecución de Nicolás II, su familia y sus sirvientes? Simplemente, el Horror.
La policía secreta bolchevique pidió a los imperiales cautivos que se vistieran de inmediato. La familia pensó que les iban a hacer una fotografía.


Cuando estaban colocados en una silenciosa estancia, se informó al zar que aquello se trataba de una sumaria ejecución. Inmediatamente, comenzaron los disparos.
Los ejecutores no se explicaban lo que estaban ocurriendo. Las balas no hacían daño a los duques.
En una masacre que se extendía más de lo soportable, los tiradores, terriblemente borrachos y aturdidos, perseguían por toda la habitación a los supervivientes.


Las joyas de la familia, que los niños escondían bajo sus ropas, habían actuado de escudo ante la primera tanda de tiros.
Zares, zarines y duquesas fueron terminados a base de disparos en la cabeza y bayonetazos.


De ahí nació la leyenda. Anastasia o cualquiera pudo sobrevivir entre semejante confusión.
Pero, en realidad, no hubo posibilidad de fuga ni la sangre derramada tenía color azul.
Era la Revolución, la guerra y todos murieron. Fue ese el horrible final de la más decadente Corte de la Historia.


Esa es la única verdad. Otras suposiciones sólo pueden ser valoradas en los términos de una pura y barata novela rosa.

martes, 25 de enero de 2011

Sobre "Downton Abbey"


Momentos de crisis buscan retratos de época. Parece que, en las ilustraciones del pasado, se encuentra cierto consuelo ante la incertidumbre del presente.
En 2010, la televisión británica volvía a hacer lo que mejor ha hecho siempre: ambientarse en la era pretérita, desempolvar los majestuosos sombreros y regresar a las mansiones del ayer.


"Downton Abbey", la serie british de la que todos hablan, es una creación de Julian Fellowes, polifacético caballero y político inglés.


El mérito cinematográfico más popular de Fellowes fue el guión de "Gosford Park", por la que recibió un Oscar.
Como en aquella, "Downton Abbey" se ambienta en la Inglaterra de la estricta disgregación social, que se estructura en función de títulos y heredades.


La casa de la familia Crawley es la metáfora de esa división: los aristócratas viven arriba y los sirvientes penan abajo.


Partiendo de un esquema que recuerda a la mítica serie de los setenta "Arriba y Abajo", "Downton Abbey" estrenaba su primera temporada, llevándonos a través de las vivencias de los Crawley y de la jerarquía de su servidumbre.


En su capítulo de apertura, el genio de Fellowes nos presenta un puzzle de personajes, con una claridad y ritmo envidiables.
"Downton Abbey" no es sólo un bonito retrato de modos antiguos, sino una serie viva y muy entretenida.


No narra nada que no hayamos visto antes, pero, en realidad, no importa.
Está tan bien manufacturada, que parece que es la primera vez que nos lo cuentan.


El piso de arriba refleja la tensión ante las absurdas leyes de herencia, donde las mujeres son peones en busca de ventajoso matrimonio. La virginidad es el requisito; el escándalo, la piedra de toque.
De fondo, la liberación femenina y los nuevos tiempos parecen irrumpir tímidamente, pero sin posibilidad de pausa.


Abajo, los sirvientes viven con la noción de que están en el lugar indicado; la mayoría proceden de orígenes demasiado humildes y trabajar en una casa respetable es, para muchos, sinónimo de éxito existencial.


Dos amores vertebran las mil y una historias de esta maravillosa "Downton Abbey".
En las habitaciones de los sirvientes, la pasión callada es cosa de Bates y Anna. La improcedencia de su relación los condena a estar separados.


Y, por otro lado, Lady Mary y su primo lejano, Matthew.
Paradójicamente, ellos sufren por la excesiva pertinencia de su relación.


En una franja temporal que va desde el hundimiento del Titanic hasta el principio de la Primera Guerra Mundial, "Downton Abbey" es un viaje cien años atrás.


Los crecientes resultados de audiencia de "Downton Abbey" han dejado estupefactos a propios y extraños. Especialmente, cuando se convertía en la serie británica de época más seguida desde la legendaria "Retorno a Brideshead".


Atesora un reparto a la altura, donde sobresale la infalible Maggie Smith, en su especialidad de vieja ricachona y mentecata; un personaje que guarda las mayores sorpresas de todos.


Y para los habituales cazadores de personajes gay, ahí está el malvadísimo mayordomo Thomas, interpretado por el guapo Rob James-Collier.


"Downton Abbey" vuelve en otoño con su segunda temporada, y con una admiración que se multiplica por el elevado número de sus virtudes.