jueves, 23 de febrero de 2012

Dolor y "Shame"


Adicción individual y disfunción familiar deciden contarse entre la explicitud y el misterio, entre la imagen y la imaginación.
"Shame" es el deber cinematográfico de la temporada, sin duda; diagnóstico contemporáneo y película quasimpecable, orquestada por el talentoso Steve McQueen.


Las noches y días de Brandon discurren bajo la sombra de un comportamiento sexual compulsivo, que se beneficia de los encuentros fortuitos, el anonimato, la oscuridad de las calles y el insomnio de los locales.
Ventajas y trampas de la gran ciudad.


Esa gran ciudad es también protagonista de "Shame". Y, del mismo modo que Brandon, se desnuda y queda en evidencia.


El lugar para escapar, para reinventarse, que aclamaba la canción "New York, New York", aparece aquí como la morada del desarraigo.
Es probable que, en una ciudad que nunca duerme, dicha vigilia sea contagiosa.


La urbe no es escapatoria en la huida de aquellos que vienen de lugares tristes, como los de ese pasado enigmático que comparten Brandon y su hermana Sissy.
Tanto para el que se acuesta con todas como para la que los ama a todos, resta una agonía perpetua y la persistente caída en el desastre.


"Shame" es un interesante ejercicio de estilo y una exquisita pieza atmosférica.
Devuelve el impacto de la sordidez sin explotarla, mientras se construye como un drama de intimidades a salvo de las cursilerías del intimismo.


Steve McQueen mide con cuidado lo que cuenta, lo que omite, lo que sugiere. No le falta una coma, no le sobra un plano.
No juzga, sino establece. No es moralista, sino moral.
Su obra está tan estudiada y minuciosamente confeccionada, que da hasta rabia. Es el trabajo de un empollón, el examen del primero de la clase.


Pero su "Shame" es igual de graciosa que el funeral de un niño.
Está claro que no es la película indicada para un mal día y dudo sinceramente de que alguien desee volver a verla.


No reside en su dureza, sino en su desesperanza.
Se asemeja a la sensación depresiva, casi armaggedónica, que provocaría el más triste cuento de Andersen.


"Shame" será cine perfecto, pero no es la película para amar, creer y llevar consigo.
Corre la vieja pregunta. ¿El cine nació para ilustrarnos tal como somos o para vernos mejores?


La respuesta no es tan fácil.
En el caso de "Shame", está íntimamente relacionado con lo que cada cual quiera creer sobre el ser humano.


Si prefiere pensar que éste es capaz de levantarse de la miseria, y su dignidad puede renovarse desde la más terrible de las vergüenzas.
O si está convencido de que el individuo es incurable y cobarde, despertado al frío y la mueca como fieles acompañantes de un callejón sin salida.


Que la Academia de Hollywood haya obviado este film por completo no debería sorprender a nadie a estas alturas.


Gran verdad que Michael Fassbender está glorioso. Su maromez, rematada por un asombroso pollón, no distrae de una interpretación tan concisa y sobrecogedora como la película que protagoniza.
Mayor verdad que Carey Mulligan está igual de bien.


Ambos componen las aristas del drama, sus caras intercambiables: la soledad y el individualismo, la belleza y la fealdad, la frialdad y la locura, el insomnio y el exceso.
Complejo e incisivo motor emocional de esta melancólica, dolorosa "Shame".

2 comentarios:

El Deme dijo...

Impresionante película. La cinta sobre folleteo más triste que puede existir. Salí del cine dándole vueltas a ese maravilloso personaje triunfador y solitario. El fracaso de la libertad del hombre contemporáneo. Amarga, ácida, enfermiza, sarpullido provisional en la piel, picor de garganta, retortijones en el estómago. Hermosa y desasosegante a la vez.

Ernesto dijo...

Mejor no lo has podido resumir: "El deber cinematográfico de la temporada". Sinceramente me importa un mojón los Oscar este año. ¡Si hasta la peli de Madonna tiene una nominación! No creo que haya una actuación equiparable a la del gran Fassbender este año. He dicho.