miércoles, 4 de abril de 2012

La Máquina del Tiempo


He subido mil veces a la máquina del tiempo.
Con la emoción que brindan los mejores juguetes, he pulsado las cifras que componen los años del siglo XX y he visto el pasado.
El nuestro, el de nuestros padres, el de nuestros abuelos.


Al final, he terminado por desarrollar una enfermedad nueva y altamente contagiosa: la nostalgia de los tiempos nunca vividos.


Sí, he visto el pasado y es hermoso, triste, lleno de guerras, amores imposibles y canciones que crepitan en gramófonos.
Está trufado de heroísmos, saltos de fe, familias asediadas y asesinos que escapan por la puerta de atrás.


La Historia y el mito; es lo que se vive en la máquina del tiempo.
De tanto marcar cifras, ya no sé cómo regresar.


En una de mis paradas, vi a Judge Reinhold masturbándose ante la formidable visión de Phoebe Cates saliendo de la piscina.
El marcador debía tener el día ochentero.


Después, la máquina del tiempo me llevó diez años adelante y pude contemplar mis propias pajas a la salud de los calzoncillos de Marky Mark.


Porque he visto tantas masturbaciones como batallas, tanto deseos como inquinas, gracias a mi querida máquina del tiempo.
Sé bien que la Historia es sangre y semen, guerra y amor, muerte y sexo. Así nos contamos, así nos contarán.


Dicen que las sociedades que no tienen memoria histórica están condenadas a repetir todos y cada uno de sus errores.
Deberían añadir que, sin memoria, uno se muere, desaparece. No es nada.


Concebimos nuestras existencias como una colección de fotografías, un batiburrillo de escenas, una Biblia incompleta, llena de pasajes y versículos, donde se acumulan personajes y genealogías.


Preferimos relatarnos de muchas maneras, pero sublimar lo sucedido, subrayarlo y ponerlo en mayúsculas es inevitable.
Es nuestra necesidad de trascendencia, de justificarnos, de explicar porqué somos así, porqué cambiamos, porqué dejamos de amar o porqué desistimos de odiar.
Queremos que nuestra historia sea también Historia.


Durante las últimas décadas, la tecnología nos ha permitido recuperar con mayor facilidad las imágenes del ayer, valorar sus progresos, añorar sus heroicas ingenuidades.
Desde nuestro privado pretérito hasta los inicios de nuestra civilización; a un solo clic, encontramos fotografías del mundo tal y como era.
En blanco y negro, flemático, con mujeres de sombrilla y hombres de mostacho.


Viajamos a las décadas del siglo XX y conocemos sus estéticas, sus dramas, sus momentos cumbre, sus presagios de perdición.


Hoy subirse a la máquina del tiempo se hace imprescindible.
Se sueña con épocas de prosperidad, pero, sobre todo, se suspira por días donde los valores y los límites del buen gusto estaban bien claros.
Es una manera de autogestionarse espiritualmente, cuando las cuentas económicas y morales no cuadran.


Desembarcamos en el pasado con avidez recolectora. Atracamos los armarios, los sonidos, los celuloides, los daguerrotipos.


Nos inmiscuimos en los procesos históricos, exigimos nuevas adaptaciones de las grandes obras de la literatura y revisitamos hasta lo peor de lo peor, conscientes de que la mayor vulgaridad puede tener un valor irónico en el que abrigarse.


Atrapados en la máquina del tiempo, le damos tanto al contador, divinizamos tanto la efeméride, que nos quedamos secos de personalidad.
Vivimos en una época recapitulativa, acomplejada de sí misma, donde la cosa vintage se dosifica como el definitivo narcótico.


Hemos olvidado que nuestro mayor deber cultural es pasar a la Historia como han hecho otros: locos por el futuro.


Es la hora de regresar.
Sin memoria, no somos nada. Sin esperanza, somos una mierda.

1 comentario:

Justo dijo...

Es una de las virtudes más acusadas de este blog, la de haber hecho el esfuerzo de aprehender épocas que su autor no ha conocido. Y el resultado ha sido espléndido..

No hay mucha gente joven que entienda que el esplendor no lo inventó su propia juventud, o que considere necesario conocer lo que hubo antes.

La fascinación por el pasado, el presente y el futuro..